domingo, 10 de junio de 2018

Bel



 Aburrida serenidad reinaba en mi estudio aquella noche. Solo los rayos de la luna iluminaban aquel pequeño espacio en el que siempre terminaban mis preocupaciones. Los incesantes ruidos de la ciudad eran opacados por la música proveniente de mi viejo tocadiscos. Una reliquia de tiempos inmemoriales, o como los llamarían cualquier otra persona, los años 60.
 Aquellos pocos sonidos de la ciudad que lograban colarse hacia mi departamento se
diluían, de forma bastante natural en mi opinión, con el suave jazz que emanaba de la vieja Vitrola. Me gustaría añadir que aquella era una noche lluviosa, pero eso sería mentirme a mismo. Dicho esto, era una noche lluviosa entonces.
 
Recostado en la mesa de mi estudio, hacia lo imposible para ignorar aquellas cartas sobre el escritorio. Su naturaleza aberrante era una invitación a mi vieja enemiga la procrastinación. Fue así como aquel cuadro colgado en mi pared, aquel que jamás comprendí, me sugería nuevas interpretaciones. Si, quizás la tal "Chané Dormentaire" realmente era una pintora incomprendida por su época. Quizás aquel sillón terciopelado cerca a la entrada haya sido el huésped de distintas almas atormentadas en la oficina de un viejo psicólogo o mi viejo closet de roble pudo ser la morada momentánea de algún esqueleto, protagonista de alguna extraña historia de horror. Si, las posibles historias detrás de cada uno de los objetos en mi estudio podrían haber ocupado toda mi noche, pero justo en el momento en que comencé a sospechar de aquella recelosa lampara mía, apareció Bel por el umbral de la puerta.  
 Recuerdo bien el día en que me la traje aquí. Su exótica belleza me cautivo por completo. Era negra total y bueno, ya saben lo que dicen de aquellas... "Simples prejuicios" - pensé, pero muchas veces solo esto basa para dedicar la más profunda indiferencia, y esto solo en el mejor de los casos. 
 
Allí estaba ella. Sin moverse un solo centímetro, observándome fijamente con sus enormes ojos pardos. Su mirada como siempre era inquisidora y fulminante. A pesar de que obviamente le superaba en altura ella siempre conseguía mirarme por encima. Supongo que es algo que solo los de su clase son capaces de hacer.
 Sin emitir un solo sonido pude captar lo que
exigía aquella mirada. Aparentemente había tenido una noche algo alocada. "Que suerte tienen algunos"- pensé y luego caí en lo irónico de la situación. Miré alrededor mío y lo único que vi fue un vaso medio vacío (¿o medio lleno?) de Martini. Le pregunte en broma si deseaba un poco, pero obviamente continuo en imperturbable silencio. Luego de una pequeña risa mía me dirigí hacia la pequeña nevera que tenía en mi estudio. "Para emergencias" - dije el día en que me decidí en comprarla. Por un momento quise indagar en el pasado de mi pequeña nevera, pero me lamenté al recordar que la había comprado de primera mano en una elegante tienda de electrodomésticos. "Lo lamento nena, pero creo que no tienes nada interesante que contar. A pesar de tu apellido alemán, probablemente tu historia se remonte a una aburrida fábrica del gran gigante asiático" - le dije a la nevera mientras indagaba dentro de ella.  
 ¡Bingo! – grite al encontrar lo que estaba buscando. La pequeña botella de leche estaba algo helada pero no es que Bel se haga muchos problemas con eso. Luego de ir por un pequeño plato, serví la leche en este y lo dejé cerca de la entrada. Luego me senté otra vez en mi escritorio y me puse a ver a Bel. Ella se acercó al plato y por un momento pensé que iba a beber de este, pero antes de tocar el plato se me quedo viendo fijamente otra vez. ¿Qué es lo que pasa? - le pregunte esta vez como si esperara de verdad una respuesta. Luego de esto ella movió un poco la cabeza y esta vez su vista se posó sobre aquellas condenadas cartas de mi escritorio. 
 Hahahaha- reí fingidamente y luego suspiré profundamente. Mire a Bel de vuelta y lo único que atine a decir fue - "No es tu culpa sabes, realmente nunca he creído en la suerte". Luego de esto ella finalmente dejo de mirarme y se puso a beber la leche.
 Otra vez mi mirada estaba fija en aquellas malditas cartas. Aquellas malditas, condenadas, blasfemas cartas. Y junto a ellas mi fiel abrecartas. Y esta vez me pregunte si aquel abrecartas tendría alguna historia interesante que contar. Me hubiera gustado preguntarle, por ejemplo, si alguna vez la habían usado para apuñalar a alguien.